Historias, Leyendas y Cuentos de México

El cura y el gato, leyenda de Mérida, Yucatán


Cuenta una historia que en la esquina de las calles 67 por 60, que a finales del siglo XIX, en la época porfiriana. Se dice que en el predio donde actualmente se ubica una panadería residía un cura de nombre Bernardo Briceño, quien era párroco de la iglesia de San Juan y vivía solo.

El padre Bernardo, de unos 70 y tantos años, era de carácter agrio y amargado y poco afecto a tener animales, como gatos o perros. Sólo tenía un canario.

Doña Rosita, una de sus vecinas, le hacía la limpieza de la casa y también le llevaba su comida, la cual le dejaba todos los días sobre la mesa.

Pero desde un tiempo atrás el religioso había tenido algunos roces con un vecino, un tahonero de nombre don Anselmo, que tenía numerosos gatos en su panadería para ahuyentar a los ratones que se comían la harina y el azúcar que le servían para fabricar sus panes, porque los felinos se metían a la casa del cura y en ocasiones se comían sus alimentos, y hasta una vez derribaron la jaula del canario y cerca estuvieron de matarlo, a no ser del oportuno arribo de doña Rosita, que logró salvar al pobre pajarillo. 
 
Pero uno de esos maulladores, al que el panadero llamaba "Pudín", era el más molestoso y continuamente entraba a la casa, tiraba cosas y le robaba la comida al padrecito.

Y fue un domingo que después de dar misa en San Juan que el cura llegó a su casa hambriento, dispuesto a saborear el hirviente y sabroso potaje que doña Rosita le había dejado servido sobre la mesa. Y cuál fue su sorpresa que encontró a "Pudín" devorando su comida.

Furioso, el hombre de la sotana intentó acabar con el gato, el cual, asustado se fue a esconder a una de las habitaciones. Entonces, el padre tomó la tranca con la que aseguraba la puerta, dispuesto a golpear al felino, que se había subido sobre un viejo armario, y cuando el cura se disponía a darle un trancazo definitivo, la pequeña fiera, al sentirse acorralada, se la abalanzó al anciano, dándole un certero arañazo en el cuello, con tanto tino que le cortó la yugular. El viejo cura comenzó a sangrar profusamente y terminó desvaneciéndose.

El lunes por la mañana, doña Rosita, como era su costumbre, se presentó en la casa del cura y al entrar se encontró con la macabra escena. El padre Bernardo estaba tirado en el piso en medio de un charco de sangre, mientras el gato asesino lamía el cuello del muerto...

(Fuente: "Esquinas de Mérida y otras leyendas", de Eduardo Azanar D. y narraciones familiares)
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